top of page

UNA TRAGEDIA QUE NO DEBIÓ OCURRIR Y LA URGENTE DIGNIFICACIÓN DEL PERIODISMO MUSICAL

Por Mariana nuñez.


La música, se dice, es el refugio de las almas libres, el espacio donde las emociones se encuentran para vibrar al unísono. Pero el pasado fin de semana, durante el festival AXE Ceremonia, esa premisa se quebró brutalmente cuando una grúa y parte de la estructura colapsaron sobre los asistentes. Un accidente lamentable que dejó a varias personas heridas de gravedad, y entre ellas, a dos colegas que habían acudido como prensa acreditada para dar cobertura a este evento.



Ellos no estaban ahí como simples espectadores. Estaban trabajando. Estaban, como siempre, detrás de la lente o del teclado, narrando para otros lo que sucedía en el corazón de la música en vivo. Sin embargo, como ocurre tantas veces en esta industria, no hubo garantías para su seguridad. La estructura que debió mantenerse firme como la promesa de un espectáculo inolvidable, cedió. Y en lugar de parar todo, en lugar de priorizar la vida humana sobre el espectáculo, el festival simplemente acordonó la zona y siguió adelante.



Los rumores no tardaron en esparcirse. Testigos hablaban de la llegada de cuerpos forenses, de los signos inconfundibles de que había personas que no saldrían con vida de aquella tragedia. La narrativa oficial intentó maquillar la realidad: “fallecieron en el traslado al hospital”. Pero quienes estuvieron ahí saben que la escena fue mucho más cruel, mucho más devastadora.



Lo más doloroso de este tipo de situaciones no es solo el accidente en sí —que ya de por sí es inaceptable—, sino la normalización de que la vida de quienes trabajamos en la cobertura de eventos musicales es desechable. Los fotógrafos y periodistas de conciertos enfrentamos una precariedad histórica: conseguir acreditaciones es una odisea, sobre todo para medios independientes que no cuentan con grandes recursos. Somos quienes damos visibilidad a estos festivales, quienes generamos contenido para que las bandas lleguen a más oídos, quienes mantenemos vivo el pulso de la industria cultural.


Pero a cambio, recibimos incertidumbre. Recibimos empujones en los pits de foto, regaños por buscar un mejor ángulo, restricciones absurdas que coartan nuestro trabajo, y ahora, como lo demostró AXE Ceremonia, hasta riesgos mortales que nadie parece dispuesto a asumir como responsabilidad propia.



Los organizadores tienen una deuda ineludible con todas las personas que hacemos posible la cobertura de estos eventos. Y no son los únicos: los artistas que decidieron continuar con sus presentaciones pese a la tragedia también tienen un rol crucial. Ellos tienen la plataforma para exigir mejores condiciones, para parar un espectáculo cuando la dignidad humana se está pisoteando, para convertirse en voceros de la seguridad y el respeto que merecemos todos los que estamos detrás de cada fotografía, de cada reseña, de cada transmisión en vivo.


El público también fue testigo. El festival continuó mientras algunos bailaban cerca de un área acordonada, sin detenerse a reflexionar sobre la gravedad de lo que acababa de ocurrir. La falta de empatía, esa que lastimosamente se ha vuelto habitual, también debe ser cuestionada. La música no puede ser un anestésico que adormezca la conciencia colectiva.




Esta tragedia no debe quedar en el olvido. No podemos permitir que la vida de nuestros compañeros se reduzca a una estadística más dentro de los balances económicos del festival. La memoria de este doloroso episodio tiene que convertirse en una exigencia clara y contundente para toda la industria: garantías reales de seguridad para la prensa y para todos los trabajadores que hacemos posible que la música llegue al público de la manera más digna.


Y es aquí donde, con profundo respeto y desde el corazón, nombramos con honor y memoria a nuestros colegas Miguel Ángel Rojas y Berenice Giles. Ellos no eran simplemente dos nombres más en una lista de acreditados. Eran narradores visuales y cronistas apasionados que, con cada disparo de cámara y cada línea escrita, mantenían viva la esencia de la música. Su legado no puede ni debe ser silenciado por la indiferencia. Que sus nombres resuenen como un llamado urgente a la reflexión y al cambio, que su pasión siga inspirándonos para dignificar cada historia contada, cada imagen capturada, cada instante vivido en los escenarios. Miguel Ángel y Berenice, su trabajo honraba la música; hoy, la música y todos nosotros les debemos el honor y la memoria eterna.


bottom of page