KALEO EN EL PEPSI CENTER: UNA NOCHE DE MAGIA SONORA QUE NOS RECORDÓ POR QUÉ AMAMOS LA MÚSICA
- Mariana Nuñez
- 13 abr
- 2 Min. de lectura
Hay noches que se escriben con acordes y se recuerdan con el alma. Este viernes pasado, el Pepsi Center en la Ciudad de México se transformó en un santuario donde el blues rock irlandés se convirtió en hechizo, y Kaleo, esa banda que parece salida de otro tiempo y otro mundo, nos regaló un concierto que aún retumba en el pecho de quienes tuvimos la fortuna de estar ahí.

Desde el primer acorde, se sintió que algo especial estaba por suceder. No fue un concierto más. Fue una experiencia íntima, poderosa, casi espiritual. Kaleo no solo es una banda, es un acto de amor por la música bien hecha, ejecutada con una elegancia tan precisa como desgarradora. Son músicos que no improvisan su grandeza: la construyen con cada nota, con cada silencio, con cada mirada cómplice entre ellos.

JJ Julius Son, ese frontman de voz áspera y mirada melancólica, abrió su alma en cada canción. Su voz —grave, dolida, y a la vez celestial— es capaz de abrazarte y romperte en cuestión de segundos. Y detrás de él, cada integrante de la banda demostró por qué Kaleo es mucho más que un buen vocalista: son multi-instrumentistas virtuosos, artesanos del sonido, maestros de la atmósfera.
Hubo momentos donde el blues más crudo y rasposo se transformaba en una delicada caricia folk, y otros donde las guitarras eléctricas rugían como tormentas en el desierto. Pero todo estaba donde tenía que estar. Nada sobraba. Nada faltaba. Kaleo tiene esa capacidad que muy pocos artistas poseen: la de hacernos viajar sin movernos, la de hacer que un simple riff se sienta como un susurro al oído.
Canciones como “Way Down We Go” y “No Good” se vivieron como himnos compartidos por una audiencia que no dejó de ovacionar, cantar, y vibrar. Pero no fueron solo los grandes éxitos los que robaron el aliento: cada pieza del setlist fue una joya bien pulida, interpretada con una pasión contenida, medida, casi cinematográfica.

La producción fue sobria pero eficaz. Nada de fuegos artificiales, porque la verdadera pirotecnia estuvo en la música. La magia no necesitó pantallas deslumbrantes, sino luces tenues y atmósferas construidas con maestría sonora. Fue un show honesto, elegante y conmovedor. Un show de esos que ya no se ven tanto.
Kaleo nos recordó por qué la música no necesita de excesos para ser inolvidable. Nos recordó que lo bien hecho, lo auténtico, lo que viene del alma, no necesita adornos. Y si tú, que estás leyendo esto, no fuiste a ese concierto, no dejes que te lo cuenten la próxima vez. No te lo perdones. Porque Kaleo no es una banda que simplemente se escuche, es una banda que se vive, que se siente, que se lleva adentro.

Ojalá vuelvan pronto. Porque necesitamos más noches así. Noches donde la música se convierte en hogar, y donde el corazón late al ritmo de una guitarra que sabe exactamente a dónde quiere llevarte.
Y créeme… no querrás perderte ese viaje.
Fotografías y cobertura: Alejandro zertuche
Texto: Mariana Núñez